domingo, 2 de abril de 2017

Noli me tangere (1442) - Fra Angélico

Noli me tangere (1442). Convento de San Marcos. Florencia, Italia.
Fra Angélico - Giovanni da Fiesole
Témpera sobre fresco

 

NOLI ME TANGERE (NO ME TOQUES)
Cuenta Juan 20 y ss. que “el primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro (…) y dijo: ‘se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Las palabras de la de Magdala nos hacen ver la enorme estima y respeto que profesaba a Jesús y la incipiente autoridad de Pedro, a quien acude sin vacilar.
Estaba María fuera, junto al sepulcro (así nos lo pinta Fra Angélico), llorando. A la pena de la muerte del Maestro se une ahora la de la desaparición del cuerpo. “Mientras lloraba, se asomó al sepulcro (…) Se vuelve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: “Mujer ¿Por qué lloras? ¿a quién buscas?. Ella, tomándole por el hortelano le contesta (Fra Angélico dibuja a Jesús con una azada, para que se vea la facilidad con la que María lo confundió con el aparcero del huerto): “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo le recogeré”.No es difícil imaginar a María, nublada por multitud de lágrimas que no le dejan ver y a quien se le ocurre la peregrina idea de preguntar al primero que pasa por allí, sin siquiera reflexionar. ¡Cuán grande sería su pena! Jesús le dice: ¡María! Esta palabra, que es llamar al otro con su nombre propio, produce en la Magdalena el reconocimiento del hombre que con tanta dulzura y majestad se ha dirigido a ella. De pronto sus ojos ven a su Maestro y ella se queda con pasmo y alegría. Se vuelve hacia a él y le dice ¡Rabboni! Hubo de ser un grito sorprendente y su amor le hizo intentar acercarse a Jesús. Pero éste modera su audacia: “No me retengas (noli me tangere, en latín, traducido literalmente, “no me toques”) que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: subo al Padre mío y Padre vuestro, y al Dios mío y a al Dios vuestro”. La narración no lo dice pero muy probablemente el Maestro desapareció de su vista, porque el inconmensurable amor de María hubiese querido retenerle. Ella fue y lo contó a los discípulos.
Entre los judíos el testimonio de una mujer no contaba para nada ante ninguna instancia. Jesús inaugura una nueva etapa en la que quiere dar a una testigo la relevancia que se merece, apareciéndose en primer lugar a ella antes que a sus discípulos varones y haciendo válido su testimonio de la resurrección. Sólo con esto, el Maestro ya comienza a cambiar las cosas, dotando a la mujer de su más plena dignidad.

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